Si hay un lugar que se detuvo en el tiempo, ese parece ser el pueblo de Tupe, a seis horas de Lima. Allí, la población no solo mantiene intactas sus raíces nativas, sino también, sufre la desazón del abandono capitalino: es el único distrito de los 33 en Yauyos, provincia de Lima, que no cuenta con una vía de acceso. Johanna Nores (Redacción) Jack Ventosilla (Fotos) Enviados especiales. Por tal razón, es lógico que el desarrollo para esa parte del país no llegue con celeridad.
Las cifras desnudan aquella realidad. Tupe es considerado una de las zonas más pobres del país, con tasas que superan el 80% de necesidades básicas insatisfechas (según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática– Inei – 2009). Llegar a ese lugar implica caminar durante dos horas por un serpenteante sendero rocoso. Son siete kilómetros, y una vez allí, el gris de sus viviendas (hechas de piedra y barro) y la desolación que habita en sus calles, dan la sensación de estar en un pueblo olvidado, como aquellos que aparecen solo en las historias antiguas.
Ni siquiera la vistosidad en la vestimenta de la mujer tupina (trajes bajo la rodilla, de tela roja y estilo escocés), logra distraer ese ambiente de tristeza.
En ese rincón del país, con casi tres mil metros sobre el nivel del mar, su gente tiene hambre. Una sopa de fideos con queso y papas puede ser acaso, el plato más contundente del lugar. Es que no se puede más. Los tupinos consumen apenas lo que extraen de sus tierras (papa, maíz, trigo, habas, entre otros), y lo poco que producen, entre queso y leche, son destinados al mercado aledaño al pueblo: Catahuasi (al oeste de Tupe) , Cañete y Lima.
Lo mismo ocurre con el ganado. Por una vaca vendida pueden obtener S/. 300, o en los mejores de los casos alrededor de S/. 600. ¡Con razón el recelo! Los pobladores tupinos obtienen principalmente dinero de las ventas de sus animales. Los otros productos empleados para su sobrevivencia, lo obtienen a través de la práctica ancestral del trueque. Desnutrida educación Son las nueve de la mañana. En el salón de inicial del colegio San Bartolomé de Tupe, única institución educativa del pueblo, los pequeños primos Melvin (3) y Liz Acevedo (5) trazan entusiastas unas líneas de colores, como parte de su trabajo en la escuela. Llegan las once, y sus caritas presentan signos de cansancio. A veces no soportan más, y caen presos del sueño, comenta la maestra a cargo, Luz María Gonzales. Pero casos así, se presentan todos los días, y ello responde solo a un factor: la desnutrición crónica. Según los registros del Inei (con proyecciones a junio del 2009) , el 58.8% de la población estimada menores de cinco años, son víctimas de enfermedades.
Es que en Tupe, siempre se come igual. “Los alumnos desayunan canchita con queso, papa sancochada o toman un tecito. En la lonchera también llevan lo mismo, pero sabemos que esos alimentos no nutren a los niños. Por eso a veces no captan lo que uno les enseña”, comenta la profesora. Por si fuera poco, cuando las clases llegan a su fin, los pequeños retornan a casa y se ven obligados a realizar tareas del hogar. Liz, a su corta edad, prepara la sopa, lava los platos, cuida a su hermanito de siete meses y apenas, tiene tiempo para hacer sus tareas. Ella tiene desnutrición. Entonces, “cómo podemos exigir un mayor desarrollo a los niños cuando existe una desnutrición a temprana edad muy grande que conlleva muchas veces a disminuir el aspecto cognitivo de los estudiantes”, cuestiona Guillermo Gutiérrez, profesor de historia y economía en Tupe.
Un lugar sin oportunidades En este pueblo las carencias se palpan como la indiferencia de las autoridades regionales. En el lugar, solo se cuenta con el baño concejal, que se encuentra en malas condiciones, mientras que unos seis silos se ubican distribuidos en todo este distrito, en la sierra de Lima. El agua no siempre llega. Las tuberías por la que fluye el líquido vital se encuentran averiadas. Todavía las madres tupinas cocinan con leña, y para coronar ese ramillete de precariedad, el puesto de salud fue declarado en estado de emergencia el año pasado, por excesiva humedad. Y de no ser reparado cuánto antes, una madre y su niño enfermo podrían tardar caminando hasta siete horas para ser atendidos en el centro de salud más cercano, situado a más de 21 kilómetros, en Catahuasi. Las oportunidades laborales tampoco existen. De quedarse en Tupe, los jóvenes serían una vez más parte de este círculo vicioso que se halla entre vivir de la agricultura y la crianza de los animales. Por eso migran. En lo que va del año, son sesenta jóvenes quienes dejaron el pueblo de la lengua jacaru (una de las más antiguas del país), en busca del desarrollo que se les niega en su propio terruño. El alcalde de la localidad, Benjamín Ordóñez, cree que Tupe tiene mucho potencial para crecer. “Estamos en el ojo del mundo por nuestra cultura, tal vez en el Perú no. Vienen muchos turistas y estudiosos. Ellos hacen una buena referencia de que Tupe, hoy en día, está vivo”.
Esto es solo un vistazo de uno de los lugares más pobres del país, pero, ¿cuántos más serán inaccesibles e indiferentes para la gran Capital?, ¿llegará a todos esa bonanza económica de la que tanto se habla en los últimos años? Las palabras de José María Arguedas en Los ríos profundos aquí cobran sentido: “El Perú estaba dividido en su entraña y frenado”. Se espera que esto ya no sea así. Claves Disputa cultural.
Desde el año pasado, el pueblo de Tupe, que demanda una carretera, mantiene un litigio con el Ministerio de Cultura, quien asegura que el camino por el cual se llega al distrito es una zona arqueológica, mientras que el pueblo asegura que su construcción data de la época republicana. Mina. Incahuarmi es la empresa minera que encontró en Tupe oro por un periodo de quinientos años de explotación.
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